Desde la calle, ya parados, un morro para los dos, un volante para mí y un bolso en el que buscar las llaves para ella.
Me giro a la derecha y, mientras me sonríe satisfecha y le respondo, sus ojos acuerdan con sus labios insinuarme un beso.
No hacen falta palabras, de su asiento al mío no media más distancia que la que salve una leve inclinación mutua que permita besarnos.
Vuelve a sonreir, vuelvo a mirar hacia delante. Un segundo más y me parece que volvemos a sonreir estúpidamente justo antes de que ella abra la puerta.
Entonces, elástica e inminente vuelve a insinuarme un beso. Ella sigue tan lejana como cercana.
Cierro los ojos y me inclino, y en el momento en que nos vamos a besar, rozándonos, cuando ya casi saboreo el melocotón de sus labios, se retira sin dejar de sonreir mientras noto como me voy hundiendo más y más en el aroma de su gesto...
Abre la puerta y se despide mientras la contemplo victoriosa y arrogante; sorprendido la veo desaparecer gallarda en su portal.
Arranco y me voy, con el rabo entre las piernas, cuando acierto a comprender que no ha querido hacer sangre ni prisioneros. Por mucho que los desee, y puedan llegarme, sólo habrá más besos si ella quiere.
Me alejo pensando en si estoy preparado para que me perdonen la vida así mientras me convenzo de estar dándole más vueltas a esta escaramuza que ella.
Su guante de seda es invencible.
- - -
El gatuperio manumiso
Me giro a la derecha y, mientras me sonríe satisfecha y le respondo, sus ojos acuerdan con sus labios insinuarme un beso.
No hacen falta palabras, de su asiento al mío no media más distancia que la que salve una leve inclinación mutua que permita besarnos.
Vuelve a sonreir, vuelvo a mirar hacia delante. Un segundo más y me parece que volvemos a sonreir estúpidamente justo antes de que ella abra la puerta.
Entonces, elástica e inminente vuelve a insinuarme un beso. Ella sigue tan lejana como cercana.
Cierro los ojos y me inclino, y en el momento en que nos vamos a besar, rozándonos, cuando ya casi saboreo el melocotón de sus labios, se retira sin dejar de sonreir mientras noto como me voy hundiendo más y más en el aroma de su gesto...
Abre la puerta y se despide mientras la contemplo victoriosa y arrogante; sorprendido la veo desaparecer gallarda en su portal.
Arranco y me voy, con el rabo entre las piernas, cuando acierto a comprender que no ha querido hacer sangre ni prisioneros. Por mucho que los desee, y puedan llegarme, sólo habrá más besos si ella quiere.
Me alejo pensando en si estoy preparado para que me perdonen la vida así mientras me convenzo de estar dándole más vueltas a esta escaramuza que ella.
Su guante de seda es invencible.
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El gatuperio manumiso
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