La Sala es grande, inmensa. Hay un banco justo en medio.
—Póngase en pie el acusado.
Me levanto y miro al juez. Es mayor.
—¿Es usted el «Gatuperio... Ataráxico»?— pregunta arrastrando la última palabra.
—Sí.
—¿Sabe que se le acusa de estar enamorado?
—Algo he oído. Yo solo escribo. ¿Acaso eso es delito?
—No, en sí mismo no, pero es que además resulta que usted lo proclama a los cuatro vientos... ¿Qué arguye en su defensa?
—Un cambio de verbo estativo por uno permanente...
—Explíquese— resopla el juez.
—«Esté» o no «esté» enamorado, «soy» un enamorado. Si le digo que «estoy» enamorado a lo mejor me dura dos segundos. Si le digo que «soy» un enamorado, le estoy diciendo que lo seré para siempre...
—¡Adúltero!— grita un filósofo escondido en el tercer banco...
—¡Orden! ¡Orden!— dice el juez secamente mientras gesticula con la mano derecha pidiendo silencio —La pena para los que están enamorados es muy dura. ¿Por qué ha escrito cosas tales como «cada vez que me llene el pecho de tus sábanas», «por pijama tuve tu piel», «observarte felizmente en silencio» o «mientras te secabas sobre la toalla a la luz del atardecer, te empecé a extrañar»?
—Señoría, eso no es más que una introspección...
—Habla con palabras normales, ¡cobarde!— grita un alborotador hexadecimal a lo lejos...
—¡Orden! ¡Orden!— vuelve a decir el juez mientras gesticula con su mano derecha pidiendo silencio —La próxima vez desalojaré la Sala. Prosiga.
—Quiero decir que sí, que mi cuerpo está experimentando un cierto goce en la contemplación objetiva de ciertos hechos y situaciones en relación a una determinada persona...
De repente el alborotador hexadecimal se desmelena y ataca fieramente al alguacil más próximo, distrayendo a toda la Sala, momento que aprovecha el filósofo para liberarme...
Echamos a correr, poniendo tierra de por medio...
A media carrera se me gira uno y me dice: «Con lo fácil que es decir que la chica te gusta...»
—Mira que os lo he dicho, que todo es un ejercicio de introspección...
- - -
El gatuperio manumiso
—Póngase en pie el acusado.
Me levanto y miro al juez. Es mayor.
—¿Es usted el «Gatuperio... Ataráxico»?— pregunta arrastrando la última palabra.
—Sí.
—¿Sabe que se le acusa de estar enamorado?
—Algo he oído. Yo solo escribo. ¿Acaso eso es delito?
—No, en sí mismo no, pero es que además resulta que usted lo proclama a los cuatro vientos... ¿Qué arguye en su defensa?
—Un cambio de verbo estativo por uno permanente...
—Explíquese— resopla el juez.
—«Esté» o no «esté» enamorado, «soy» un enamorado. Si le digo que «estoy» enamorado a lo mejor me dura dos segundos. Si le digo que «soy» un enamorado, le estoy diciendo que lo seré para siempre...
—¡Adúltero!— grita un filósofo escondido en el tercer banco...
—¡Orden! ¡Orden!— dice el juez secamente mientras gesticula con la mano derecha pidiendo silencio —La pena para los que están enamorados es muy dura. ¿Por qué ha escrito cosas tales como «cada vez que me llene el pecho de tus sábanas», «por pijama tuve tu piel», «observarte felizmente en silencio» o «mientras te secabas sobre la toalla a la luz del atardecer, te empecé a extrañar»?
—Señoría, eso no es más que una introspección...
—Habla con palabras normales, ¡cobarde!— grita un alborotador hexadecimal a lo lejos...
—¡Orden! ¡Orden!— vuelve a decir el juez mientras gesticula con su mano derecha pidiendo silencio —La próxima vez desalojaré la Sala. Prosiga.
—Quiero decir que sí, que mi cuerpo está experimentando un cierto goce en la contemplación objetiva de ciertos hechos y situaciones en relación a una determinada persona...
De repente el alborotador hexadecimal se desmelena y ataca fieramente al alguacil más próximo, distrayendo a toda la Sala, momento que aprovecha el filósofo para liberarme...
Echamos a correr, poniendo tierra de por medio...
A media carrera se me gira uno y me dice: «Con lo fácil que es decir que la chica te gusta...»
—Mira que os lo he dicho, que todo es un ejercicio de introspección...
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El gatuperio manumiso
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