jueves, 6 de marzo de 2008

Esa costa del espanto

Me piden que deje de una vez la orilla. Hace ya tiempo que conseguí levantarme para que las olas sólo me lamieran los dedos y las plantas de los pies.

Tal vez sí, es hora de pisar seco y ponerse los zapatos para volver a caminar.

De nada sirve esperar algo que ya ha llegado y que se repite incesantemente. A veces el agua cubre más, y a veces, cubre menos; con más, con menos espuma; más pesadas, más ligeras... Pero siempre sordas a mis esperanzas... Ya ni son siquiera eso, posiblemente. Conservan el nombre como quien conserva el ombligo...

Pero claro, hace tanto que tengo los pies en remojo que el viento ha borrado las huellas de la arena y no sé exáctamente cuál es el camino...

Y por eso no me llego a mover, porque no sé para dónde tirar. Creo que ya no espero que el mar me traiga a nadie... Y si me lo trajera, a lo mejor realmente sería nadie.

Ahora pienso que lo peor no es que se olviden de uno, lo peor es que la sal te desfigure y el mar te recubra de algas...

Va siendo hora de secarse...

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El gatuperio algareño

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