
Este es el punto de no retorno. Uno de tantos. Lógicamente es de salida; sin salir no es posible retornar.
Cuando uno se halla ante él, le suceden una serie de pensamientos vertiginosos, una suerte de película vital montada con vivencias y recuerdos que van a devenir en míticos tras superar ese umbral. Entonces es cuando las decisiones toman cuerpo y se convierten en adversarios temibles contra los que luchar o morir lejos del coliseo de la indiferencia en el que generalmente vegetan los apocados. Y la lucha es siempre desigual porque no hay armadura que proteja del remordimiento, la nostalgia o la tristeza.
Este es el punto de no retorno tras el que se halla la alternativa a nada, porque nada tiene alternativa aunque no sea alternativa de nada (a alguna le convendrá leer este punto varias veces hasta comprender correctamente el juego entre las negaciones).
Este es el punto de no retorno cuya otra parte tiene escrito «entrada», aunque traspasarlo en dirección contraria no lleve hasta este mismo lugar, por eso, espérame fuera y no me salgas al camino, no vaya a ser que te me pierdas...
[...]
—¿Perderme? El perdido eres tú, gatuperito. Un día te levantarás, si aún no lo has hecho, y sabrás que ha empezado el principio del final.
—¿De qué final?
—Debe de haberte pasado ya, cuando has visto el punto de no retorno...
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El gatuperio praepunto
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