
Lento, recuerdo la manera en que mis dedos se entrelazaban con los tuyos mientras nos cogíamos el paso cuando pasábamos junto a la fuente, y como aprovechaba para apretarte contra mí en los semáforos cercanos hasta que nos daban verde; y entonces, a la carrera, nos preocupábamos más de no soltarnos que de cruzar a tiempo.
Pienso también en ese sol a plomo de última hora de la mañana que me anticipaba una siesta relajada tras recorrer por infinita vez tu espalda vestida de rosarios quedos al vaivén de las sábanas. Más que nada, pienso en tus ojos perdidos una vez llegada; abandonados a los misterios gozosos fuera el día que fuera...
Ahora creo que pensar ya no duele como dolió, pero me encanta ese sabor zafarí que tiene recordar los momentos de sombra sentados en un banco viendo pasar la tarde mientras recuperábamos el resuello...
Al final, la fuente sigue igual de lejana, pero no deja de manar ni por un instante, refrescando el recuerdo...
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El gatuperio praefonte
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