domingo, 13 de abril de 2008

Leche descremada

Lo mío, al principio, fue «sin», talmente una vida light. Y en efecto, no engordaba, sino lo contrario, independientemente de si este gatuperio así lo quería... ¡qué remedio!

Poco a poco el sabor de las cosas que no sabían a nada empezó a tener su importancia, y, en lo que dura un suspiro, el café descafeinado desveló cómo la sacarina producía caries cerebrales que atacaban recuerdos muy determinados de la vida «con», aunque sólo fuera muy de tanto en cuando.

Ese efecto secundario de la vida «sin» es evidente, al no tener recuerdos «con», el gatuperio continuamente imagina una vida «con» a cada paso que da, en cualquier momento, en cualquier situación, con cualquier compañía... Todo lo «sin» pasa por esa recreación de lo que puede ser en versión «con». Y claro, no todo es igual.

Los agujeros negros del recuerdo son la vara de medir, y se procede por inserción; si lo nuevo se ajusta a la forma que dejó el recuerdo es una buena señal; aunque eso normalmente no sucede. Lo más normal es que no case, y entonces uno se enfrenta a la posibilidad de recortar lo que excede con la forma precisa y utilizar ese sobrante para rellenar allí donde no llega el material. Pero claro, este es un procedimiento egoísta que conlleva un efecto rebote: huyendo del fuego puedes rebotar en las brasas y quemarte todavía más.

Algún ángel me comenta que lo ideal es dejar que esas caries cicatricen y que los propios recuerdos se regeneren, tomando como puntos de partida la propia reflexión sobre ellos mismos y la enseñanza que la experiencia ofrece sobre lo que se hizo mal. Pero creo que ese es un proceso muy largo que no está exento del Síndrome del último tren, una patología que impide hacer uso de la capacidad de decisión debido al sobreabuso de la leche descremada; es fácil, cuando el camarero dice que no hay, el enfermo pide semi, obstinado en creer que por estar a medio camino tendrá las virtudes, y carecerá de los defectos, de lo que no es: leche entera. Y a la larga es al revés.

Yo sé que en algún momento hay un cruce de caminos especial, en el que varias personas confluyen, y tanto me aterra que el Síndrome del último tren me atropelle como que el efecto rebote me abrase al llegar allí. Por eso juego de continuo a encajar piezas, pero con una salvedad, no recorto ni relleno las piezas, lo que hago es vaciar los moldes y procurar ajustarlos. Y ahí está la verdadera dificultad de esta vida «sin», no saber si una hipotética vida «con» desarrollará, de rebote, el síndrome...

Quiero decidir, sólo eso.

Tendré que empezar a explorar los confines del «junto a».

- - -

El gatuperio entero

No hay comentarios:

Publicar un comentario