Ese mar que me atrapa últimamente me desconcierta. Lejos de atraparme, durante la madrugada suele apaciguarse y suave besa la orilla, en una caricia infinita que, melosa, deriva en la furia de un mediodía que ahuyenta arenas y guijarros... Y así hasta que la noche empieza a mugir como un buey yermo, que lejano lamenta su destino mientras poco a poco va durmiéndose bajo la luz de la luna.
En esos amaneceres claros columbro otras tierras en el horizonte, con otros paseantes en sus playas, con otras barcas amarradas en sus muelles y con las mismas ansias y los mismos anhelos que yo.
Y entonces me pregunto si me valdrá la pena largar amarras, desplegar velas y ponerles la proa, porque ese mar es traicionero y falaz, y proceloso guarda en su horizonte tormentas de recuerdos capaces de zozobrarme ánimos y barca, y naufragarme, y devolverme exhausto otra vez a esta maldita playa de espera...
Y me pregunto si lo que veo a la luz soñolienta de la mañana no son más que sueños y esperanzas de encontrar con quién pasear por la orilla, cuando el mar se calme y pueda ofrecer de continuo esa dulzura que yo sé que en lo más profundo de sus abismos de cuando en cuando lucha por imponerse, y que alguna que otra vez incluso me sosiega hasta el punto de dejarme soñar...
Y me pregunto si tú, que lees esto, sientes algún tipo de alusión a tu persona, a la mirada de tu corazón triste y al genio de tu necesidad de decir las cosas claras, porque desde lo poco que te conozco (en contraposición a lo mucho que te he buscado) hay fuerzas que me incitan a conducirme por las curvas de tu cuerpo, mientras me arrullas con el acento dulce de tus orígenes; en vez de abandonarme nervioso al futuro incierto de un mar que rompe por el albedrío de donde sople el viento.
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El gatuperio resabiado
En esos amaneceres claros columbro otras tierras en el horizonte, con otros paseantes en sus playas, con otras barcas amarradas en sus muelles y con las mismas ansias y los mismos anhelos que yo.
Y entonces me pregunto si me valdrá la pena largar amarras, desplegar velas y ponerles la proa, porque ese mar es traicionero y falaz, y proceloso guarda en su horizonte tormentas de recuerdos capaces de zozobrarme ánimos y barca, y naufragarme, y devolverme exhausto otra vez a esta maldita playa de espera...
Y me pregunto si lo que veo a la luz soñolienta de la mañana no son más que sueños y esperanzas de encontrar con quién pasear por la orilla, cuando el mar se calme y pueda ofrecer de continuo esa dulzura que yo sé que en lo más profundo de sus abismos de cuando en cuando lucha por imponerse, y que alguna que otra vez incluso me sosiega hasta el punto de dejarme soñar...
Y me pregunto si tú, que lees esto, sientes algún tipo de alusión a tu persona, a la mirada de tu corazón triste y al genio de tu necesidad de decir las cosas claras, porque desde lo poco que te conozco (en contraposición a lo mucho que te he buscado) hay fuerzas que me incitan a conducirme por las curvas de tu cuerpo, mientras me arrullas con el acento dulce de tus orígenes; en vez de abandonarme nervioso al futuro incierto de un mar que rompe por el albedrío de donde sople el viento.
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El gatuperio resabiado
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