martes, 29 de abril de 2008

Inútil aunque tranquilo

Se va a saber que andas siendo añorada por las esquinas.

Tengo ratos muy tristes, y otros muy alegres, tanto que nada los puede aguar. Pero no son eternos...

Y los decorados acaban quemándose y el maquillaje cede ante el calor de los focos de tu recuerdo, y es cuando vuelvo a esa tristeza que desconoces.

No puedo hacer nada contra ello. A veces brilla a mis espaldas de una manera que proyecta mi sombra contra las piedras del camino, larga y difusa, haciéndome sufrir.

Así es, se va a saber. Y no sólo será eso... No habrá un final en este camino, yo sé poco a poco que se irá retorciendo sobre sí mismo, enroscándose a cada dedo señalador...

Y aunque lo supiera de golpe tampoco podría aflojar la marcha.

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El gatuperio réprobo

domingo, 20 de abril de 2008

Crees que no quiero hablar contigo

Y, realmente, a mí sí me gustaría hablar contigo para participarte que, tristemente, el ocaso desempeña su cargo de heraldo de la noche con presteza e inapelabilidad: no falta jamás a su cita y siempre es certero en su labor de comisionado de las hélices del destino.

Pero no entenderías nada.

Me gustaría hablar contigo para sucederte en la posesión de los recuerdos que nuestro amor te legó, porque a mí no me hizo heredero más que de la pena que lo mató y no tengo otra que desearte por completo de tanto desear los sus recuerdos que atesoras.

Pero no entenderías nada.

Me gustaría hablar contigo para huir del marasmo y la apoplejía y así recuperar el ritmo de la existencia, levando las anclas de mi nao y abandonando de una vez el maldito mar que me atrapó para tocar otros puertos.

Pero no entenderías nada.

Me gustaría hablar contigo para hacer de la palabra la lima que me permita huir de la prisión en la que tu desprecio me ha recluido, liberándome de una culpa que no es mía y por la cual estoy penando...

Pero entenderías demasiado y harías como si nada...

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El gatuperio atenazado

jueves, 17 de abril de 2008

Algunas reflexiones sobre la soledad

La soledad es nudo en el estómago que no me deja respirar.
La soledad es un juego de espejos en cuyos reflejos infinitos constato que no hay nada ni nadie que me cubra las espaldas.
La soledad es un vacío que me llena de nada lo que de nada ya rebosa.
La soledad me lleva de paseo hacia la eternidad, en una huida de lo cotidiano que tanto añoro...
La soledad redefine mi rutina como la imposibilidad de lo nuevo.
La soledad convierte mi pasado en un punto intermedio entre la ilusión y la añoranza, y, con ello, lo absurdo me parece hasta posible.

Todo ello se resume en uno: la soledad me ha convertido en un hombre sin atributos.

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El gatuperio durante la travesía

lunes, 14 de abril de 2008

¡Arre!

No, no te perdono. No podré hacerlo hasta que en tu devenir sean tenidas en cuenta otras personas.

Fíjate en que no personalizo nada; me da igual arar para otros trigos, lo que quiero es que puedan crecer.

Me da igual que otros te cosechen, trillen, avienten y muelan mientras alguien pueda amasarte y comer de tu entraña.

No, no perdono que sólo pienses en ti y no en el mal que me provocas. Tu alivio de un segundo es mi tortura infinita...

Sentado en el potro uno no puede perdonarse ni a sí mismo.

¡Arre!

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El gatuperio pentido.

domingo, 13 de abril de 2008

Leche descremada

Lo mío, al principio, fue «sin», talmente una vida light. Y en efecto, no engordaba, sino lo contrario, independientemente de si este gatuperio así lo quería... ¡qué remedio!

Poco a poco el sabor de las cosas que no sabían a nada empezó a tener su importancia, y, en lo que dura un suspiro, el café descafeinado desveló cómo la sacarina producía caries cerebrales que atacaban recuerdos muy determinados de la vida «con», aunque sólo fuera muy de tanto en cuando.

Ese efecto secundario de la vida «sin» es evidente, al no tener recuerdos «con», el gatuperio continuamente imagina una vida «con» a cada paso que da, en cualquier momento, en cualquier situación, con cualquier compañía... Todo lo «sin» pasa por esa recreación de lo que puede ser en versión «con». Y claro, no todo es igual.

Los agujeros negros del recuerdo son la vara de medir, y se procede por inserción; si lo nuevo se ajusta a la forma que dejó el recuerdo es una buena señal; aunque eso normalmente no sucede. Lo más normal es que no case, y entonces uno se enfrenta a la posibilidad de recortar lo que excede con la forma precisa y utilizar ese sobrante para rellenar allí donde no llega el material. Pero claro, este es un procedimiento egoísta que conlleva un efecto rebote: huyendo del fuego puedes rebotar en las brasas y quemarte todavía más.

Algún ángel me comenta que lo ideal es dejar que esas caries cicatricen y que los propios recuerdos se regeneren, tomando como puntos de partida la propia reflexión sobre ellos mismos y la enseñanza que la experiencia ofrece sobre lo que se hizo mal. Pero creo que ese es un proceso muy largo que no está exento del Síndrome del último tren, una patología que impide hacer uso de la capacidad de decisión debido al sobreabuso de la leche descremada; es fácil, cuando el camarero dice que no hay, el enfermo pide semi, obstinado en creer que por estar a medio camino tendrá las virtudes, y carecerá de los defectos, de lo que no es: leche entera. Y a la larga es al revés.

Yo sé que en algún momento hay un cruce de caminos especial, en el que varias personas confluyen, y tanto me aterra que el Síndrome del último tren me atropelle como que el efecto rebote me abrase al llegar allí. Por eso juego de continuo a encajar piezas, pero con una salvedad, no recorto ni relleno las piezas, lo que hago es vaciar los moldes y procurar ajustarlos. Y ahí está la verdadera dificultad de esta vida «sin», no saber si una hipotética vida «con» desarrollará, de rebote, el síndrome...

Quiero decidir, sólo eso.

Tendré que empezar a explorar los confines del «junto a».

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El gatuperio entero

jueves, 10 de abril de 2008

La oportunidad

Te he visto una vez y me has encantado, pero ahora no sabría reconocerte. Tienes el aspecto de todas a las que he deseado sin ser ninguna de ellas. Te mueves en una dimensión en la que no has entrado.

Sin haber hecho nada, ya lo has hecho todo.

Estás aquí, en mi cabeza, y te busco una salida para dejar de pensar en ti. No vas a salir por la boca, no podría dejar de besarte, ni por los ojos, te desnudaría... ni por ningún otro sitio...

Mi voluntad para contigo es muy débil.

Quiero que te me escapes para poder iniciarte en mi persecución, y que sepas cómo dormiré a la luz de las estrellas de tu portal, cómo te ofreceré flores frescas por la mañana y cómo escucharé el eco de tus pasos en las calles vacías; que sepas que escribiré con tiza «te quiero» en cualquier pared, y luego velaré para que la lluvia y el viento no borren tu nombre...

Pero te me antojas difícil, así que haré acopio de tiempo y esperaré a que madures, para que cuando caigas del almendro pueda ser el primero en tener la oportunidad de ser querido por ti.
Sólo eso, la oportunidad...

Ya me basta.

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El gatuperio fisonomista

martes, 8 de abril de 2008

Dejar y ser dejado

Me cuentan que tan difícil es dejar como ser dejado, y que sea o no esa una acción volitiva, el final acaba por descompensar la igualdad y dejar acaba por convertirse en un lastre de imposible arrastre.

Y es cierto, es más díficil dejar que ser dejado, pero no por otra cosa que no sea que ser dejado no tiene dificultad alguna: no es una decisión, es un estado de cosas...

Y lo mejor es que la culpabilidad que siente quien deja, antes la ha experimentado quien es dejado: ¿qué hice mal? ¿Cuándo me equivoqué? ¿En qué cruce del camino cogí una dirección incorrecta..?

Estas preguntas me atormentan todavía y, por mucho que pase el tiempo, intuyo que seguirán haciéndolo... Así que me da igual la culpa del otro, porque la mía me absorbe toda posibilidad de razonamiento sobre él, y matiza su percepción, la filtra y me impide cualquier juicio de valor objetivo.

Esa es mi lucha, conseguir quitarme esa venda y poder disfrutar de la realidad, reivindicarme...

¡Pero qué difícil lo fácil..!

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El gatuperio oblicuo

Ese mar...

Ese mar que me atrapa últimamente me desconcierta. Lejos de atraparme, durante la madrugada suele apaciguarse y suave besa la orilla, en una caricia infinita que, melosa, deriva en la furia de un mediodía que ahuyenta arenas y guijarros... Y así hasta que la noche empieza a mugir como un buey yermo, que lejano lamenta su destino mientras poco a poco va durmiéndose bajo la luz de la luna.

En esos amaneceres claros columbro otras tierras en el horizonte, con otros paseantes en sus playas, con otras barcas amarradas en sus muelles y con las mismas ansias y los mismos anhelos que yo.

Y entonces me pregunto si me valdrá la pena largar amarras, desplegar velas y ponerles la proa, porque ese mar es traicionero y falaz, y proceloso guarda en su horizonte tormentas de recuerdos capaces de zozobrarme ánimos y barca, y naufragarme, y devolverme exhausto otra vez a esta maldita playa de espera...

Y me pregunto si lo que veo a la luz soñolienta de la mañana no son más que sueños y esperanzas de encontrar con quién pasear por la orilla, cuando el mar se calme y pueda ofrecer de continuo esa dulzura que yo sé que en lo más profundo de sus abismos de cuando en cuando lucha por imponerse, y que alguna que otra vez incluso me sosiega hasta el punto de dejarme soñar...

Y me pregunto si tú, que lees esto, sientes algún tipo de alusión a tu persona, a la mirada de tu corazón triste y al genio de tu necesidad de decir las cosas claras, porque desde lo poco que te conozco (en contraposición a lo mucho que te he buscado) hay fuerzas que me incitan a conducirme por las curvas de tu cuerpo, mientras me arrullas con el acento dulce de tus orígenes; en vez de abandonarme nervioso al futuro incierto de un mar que rompe por el albedrío de donde sople el viento.

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El gatuperio resabiado

domingo, 6 de abril de 2008

Tomar una decisión

Puedo decidir algo en cualquier momento, y es una acción volitiva. Puedo no decidir nada en ningún momento, y sigue siendo una acción volitiva, pese a que realmente es una no acción. Pero la esencia de la decisión se mantiene en los dos casos, y parte de la propia posibilidad, de la capacidad ejecutiva que tengo y mantengo (y que cada uno, por sí mismo, posee y usa).

Lo único jodido de decidir volitivamente es pensar qué va a pasar con lo no decidido...

Otras decisiones, sin embargo, tienen muy mermada esa posibilidad, o incluso carecen de ella. ¡Y qué bonito es decidir entonces! No cuesta nada decidir así, las cosas vienen como vienen y van como van y uno sólo debe sumergirse en esas corrientes y dejar que sean los vientos de otros océanos los que le naveguen a vela desplegada.

Lo difícil del caso es querer decidir algo y conseguir manipular la realidad para que sea ella misma la que imponga la solución que más nos conviene, de tal manera que no tengamos otra opción y que tampoco nos sepa mal tomarla...

Así pues, puedo estar sólo porque he decidido dejar toda compañía para plantearme si quiero tenerla, y alargar la duda hasta el infinito con la certera esperanza de que la compañía no me va a esperar, y una vez eso suceda ya no necesitaré decidir nada más.

No, no he dejado a nadie, simplemente he pedido la eternidad para decidir si dejo a alguien y ese alguien ha decidido no esperar mi decisión y me ha dejado, con lo cual ya no necesito decidir nada y no me sabe mal estar solo...

Y eso es así por mucho que mis uñas cínicas arañen la pared desesperada... Y esta manera de decidir avanza un diente en la rueda del alfabeto.

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El gatuperio dictaminado