jueves, 1 de enero de 2009

El espejo del comedor

Esta mañana el espejo del comedor no me ha devuelto mi reflejo, se ha reído de mí y me ha enseñado cómo fue mi velatorio. Al verme vestido negro me he extrañado, luego me he dado cuenta de que me acompañaban mi esposa y mis hijos.

Curioso para un abandonado como yo: ella se fue y a ellos no se les preguntó si querían ser nacidos. De hecho hasta dudo de si a ella se le preguntó si quería ser desposada. A lo mejor se lo preguntó ella y aún anda buscando la respuesta. Llora como no lloró el día que se fue. Mis hijos me susurran al oído por qué no fueron nacidos y yo sólo puedo pensar que se lo pregunten a su madre. Alguien ha abierto una botella de coñac y corre de mano en mano. Los hay que beben a la salud del muerto, los hay que beben a su salud y los hay que ni siquiera beben porque les basta con mojarse los labios...

Y todo ha durado nada y en un momento me vuelvo a ver: camisa, corbata, americana. Con la misma mirada estúpida de cada día tras la misma coraza engreída de los que nos creemos superiores sin serlo.

Uno no puede vivir siempre de espaldas a la realidad que se ha creado, por mucho que quiera que sea la que los demás perciban. Uno no puede huir siempre porque no se puede huir de uno mismo. Uno no puede siempre querer ser siempre lo que quiere ser porque una mañana cualquiera se mirará al espejo del comedor y este le recordará que no es más que lo que es...

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El gatuperio desazogado

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