El camino, el primero, empezaba en mi soledad. Estaba medio escondido en un bosque de permisos y equívocos, tras unos matorrales de película de aventuras. Estaba marcado por un abrazo de sofá y para cogerlo debía mirarte a los ojos.
Pasé tantas veces cerca de él, perdido en aquel bosque sin un norte reconocido. Estuve tanto en el sofá con el cuerpo cargado de abrazos y un montón de besos en la recámara que pensé que no lo encontraría nunca.
A lo mejor tampoco sabía que existía.
Y en este momento, ahora que lo cojo cada día para ir a verte, todo se ha revestido de tal familiaridad que me parece que no puedo perderme nunca: tus zapatos tirados por ahí enmedio, las puntas de tus pies insinuándose bajo la manta, los cojines desordenados y cómodos, tu espalda sobre mis rodillas, los brazos tras el cuello...
Puedo recorrer el camino ya con los ojos cerrados y encontrar siempre al final tus labios...
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El gatuperio sobre el diván
Pasé tantas veces cerca de él, perdido en aquel bosque sin un norte reconocido. Estuve tanto en el sofá con el cuerpo cargado de abrazos y un montón de besos en la recámara que pensé que no lo encontraría nunca.
A lo mejor tampoco sabía que existía.
Y en este momento, ahora que lo cojo cada día para ir a verte, todo se ha revestido de tal familiaridad que me parece que no puedo perderme nunca: tus zapatos tirados por ahí enmedio, las puntas de tus pies insinuándose bajo la manta, los cojines desordenados y cómodos, tu espalda sobre mis rodillas, los brazos tras el cuello...
Puedo recorrer el camino ya con los ojos cerrados y encontrar siempre al final tus labios...
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El gatuperio sobre el diván
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