Hoy me levanto cernudo tras comprender que mis brazos son nubes y que me va a ser imposible estrechar nada mientras así sea. Pero, de pronto, el viento escapa a estos insomnios y recorre los vastos jardines sin aurora en busca de la barraca del olvido, y los llena de la misma manera que se llena la soledad, de él mismo, de tal manera que lo único importante es que quiero estar solo en el sur...
Quizás mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta;
y esa voz no se extingue como pájaro muerto:
hacia el mar encamina sus deseos amargos
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz son bellezas iguales.
Y claro, a todo esto, en otra parte, en otro momento, me siento ruin, y cretino, y de tal manera, además, que esos sentimientos no se excluyen, porque no puedo dejar de pensar que el destierro y la muerte, para mí, estarán donde no estés tú...
Y me sorprendo, dormido a la vera del camino, repitiéndome a mí mismo...
No. Eres tú quien sueña sólo
aquel efecto noble compartido,
cuyos ecos despiertan por tu mente desierta
como en la concha los del mar que ya no existe.
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El gatuperio bidón