lunes, 12 de mayo de 2008

La presión

La presión empieza cuando uno no se da cuenta de que no puede respirar, y buscando buscando entiende que es la presencia del otro lo que le impide ser como quiere ser, y que esa relación que les une es una cadena en cuyo extremo se han ido acumulando pequeñas cosas que la convivencia genera y que uno ha ido aparcando para otro momento en la fe de que lo pequeño no empezca lo grande.

Un día lo pequeño pesa tanto como lo grande, y tener fe se complica hasta límites insospechados. En ese momento puede caer una pequeña gota que inclinaría la balanza hacia el vacío.

Y la gota cae, inexorable, imparable, inevitable.

Uno ya no puede vivir con otro. Y sucede el vacío.

Durante el corte de cadenas y alivio de pesos es lógico que otro se aparezca a cada momento: por la mañana al despertar, a la hora de volver a casa, tumbado en el sofá o paseando.

Uno llega incluso a hablar imaginariamente con otro y le cuenta los quehaceres diarios y las penas pasajeras, desde el convencimiento de que ese proceso es lógico, y que esa no presencia se irá diluyendo como azúcar en café con el movimiento circular del paso de los días y las noches.

Y en eso está cuando se da cuenta de que sí, se han espaciado las añoranzas, pero por causa de una nueva cotidianidad que ha sustituido con precisión a la antigua y ha convertido a otro en un pensamiento del que huir, no dándole siquiera la posibilidad de pensar en él. Es en este momento cuando se evitan calles, se hacen oídos sordos a ciertas canciones y se envuelve de naftalina alguna que otra ropa por si todavía oliera a ese amor.

Pero esa gota que antes cayó inevitable no perdió propiedades, y con la misma intensidad vuelve a caer cuando en las más pequeñas cosas uno añora a otro, cuando se ha interiorizado tanto la cultura del evitar que los descuidos son inconscientes a fuerza haber olvidado sus motivos reales.

Uno no ha sabido buscar otros porque en otro está lo que busca y lo que quiere, y lo sabe aunque no quiere darse cuenta, preso como está del recuerdo de aquella cadena y aquel peso de pequeñas cosas que no quiso solucionar en su momento y que al final acabaron arrastrándolo al vacío del despertar solitario en la mañana del domingo.

La presión se insinúa como un peso mayor que el que la produjo y toma vida por sí misma, pasando a decorar el telón de fondo de cualquier intento de felicidad. Y el teatro de la vida deviene una tragedia cuyo final sólo puede ser la asunción de los errores y la aceptación de los propios sentimientos

Un final muy cercano, sí, pero que uno se empeña en buscar huyendo hacia adelante. Y entonces, cuando se sienta a reflexionar, esa presión es ya el sol del día y la luna de la noche, y sus verdaderos actores son ahora estrellas fugaces de las que dejan cicatrices en la bóveda.

Y uno, aunque se niegue, no puede vivir ya sin otro.

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El gatuperio otro

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