jueves, 29 de mayo de 2008

La de nunca

Yo te conozco, tú eres la de nunca.

Siempre te he visto.
Acodada al final de la barra de todos los bares.
Bailando en el centro de la pista de baile de mil discotecas.
Esperando el autobús en cualquier parada.
Paseando por las veredas de cada prado...

Y

Siempre he sabido.
Que tus labios no podían saber a lo que bebías.
Que tu cuerpo no podía dibujar mi deseo tan brutalmente.
Que por mucho que esperara no cogería tu mismo autobús.
Que mi huella no casaría jamás con la tuya.

Porque realmente eres la de nunca,
la que espera el metro en el otro andén,
la que camina abrazada a alguien que no soy yo,
la que cuando yo entro, sale,
la que cuando yo sueño, sonríe.

Porque eres la que nunca sabrá cuánto te he deseado y cuánto te he tenido...

Eres todas ellas, para siempre...

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El gatuperio ladrón

viernes, 16 de mayo de 2008

De querellas entre Razón y Corazón

Realmente, lo único que me importa de mis reyertas entre Razón y Corazón es que esas son siempre una lucha contra uno mismo, estériles y de victoria yerma.

Por mucho que uno se luche, siempre pierde, incluso cuando gana.

Sí, venza quien venza, no me quepa duda de que al orgullo de caminar flagelado tarde o temprano le seguirá la sombra del remordimiento, una sombra que acabará cubriéndolo todo porque la luz que la origina no podrá mantener su fulgor más allá de la melancolía que exuden las heridas cuando no se les aplique la suficiente anestesia.

Y si eso no sucede, da igual, tengo por seguro que las cicatrices de tal batalla son ya próximos estigmas que otros enemigos sabrán leer en pro de su fe... ¿A qué desafiarlos pues?

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El gatuperio litigante

lunes, 12 de mayo de 2008

La presión

La presión empieza cuando uno no se da cuenta de que no puede respirar, y buscando buscando entiende que es la presencia del otro lo que le impide ser como quiere ser, y que esa relación que les une es una cadena en cuyo extremo se han ido acumulando pequeñas cosas que la convivencia genera y que uno ha ido aparcando para otro momento en la fe de que lo pequeño no empezca lo grande.

Un día lo pequeño pesa tanto como lo grande, y tener fe se complica hasta límites insospechados. En ese momento puede caer una pequeña gota que inclinaría la balanza hacia el vacío.

Y la gota cae, inexorable, imparable, inevitable.

Uno ya no puede vivir con otro. Y sucede el vacío.

Durante el corte de cadenas y alivio de pesos es lógico que otro se aparezca a cada momento: por la mañana al despertar, a la hora de volver a casa, tumbado en el sofá o paseando.

Uno llega incluso a hablar imaginariamente con otro y le cuenta los quehaceres diarios y las penas pasajeras, desde el convencimiento de que ese proceso es lógico, y que esa no presencia se irá diluyendo como azúcar en café con el movimiento circular del paso de los días y las noches.

Y en eso está cuando se da cuenta de que sí, se han espaciado las añoranzas, pero por causa de una nueva cotidianidad que ha sustituido con precisión a la antigua y ha convertido a otro en un pensamiento del que huir, no dándole siquiera la posibilidad de pensar en él. Es en este momento cuando se evitan calles, se hacen oídos sordos a ciertas canciones y se envuelve de naftalina alguna que otra ropa por si todavía oliera a ese amor.

Pero esa gota que antes cayó inevitable no perdió propiedades, y con la misma intensidad vuelve a caer cuando en las más pequeñas cosas uno añora a otro, cuando se ha interiorizado tanto la cultura del evitar que los descuidos son inconscientes a fuerza haber olvidado sus motivos reales.

Uno no ha sabido buscar otros porque en otro está lo que busca y lo que quiere, y lo sabe aunque no quiere darse cuenta, preso como está del recuerdo de aquella cadena y aquel peso de pequeñas cosas que no quiso solucionar en su momento y que al final acabaron arrastrándolo al vacío del despertar solitario en la mañana del domingo.

La presión se insinúa como un peso mayor que el que la produjo y toma vida por sí misma, pasando a decorar el telón de fondo de cualquier intento de felicidad. Y el teatro de la vida deviene una tragedia cuyo final sólo puede ser la asunción de los errores y la aceptación de los propios sentimientos

Un final muy cercano, sí, pero que uno se empeña en buscar huyendo hacia adelante. Y entonces, cuando se sienta a reflexionar, esa presión es ya el sol del día y la luna de la noche, y sus verdaderos actores son ahora estrellas fugaces de las que dejan cicatrices en la bóveda.

Y uno, aunque se niegue, no puede vivir ya sin otro.

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El gatuperio otro

viernes, 9 de mayo de 2008

Margaritas...

¿Qué más quieres de mí?

Ya no sé qué más depositar en la bandeja de tu capricho infinito, ya no lo sé...

Bien sabes que incluso, cuando te duermes, las cicatrices de la bóveda abandonan sus órbitas elípticas y se entrecruzan formando complicados arabescos para que te sientas todavía más reina mora y más favorita, si cabe, en el alcázar de mis sueños.

Sí, he llegado a arar el fondo de la Luna para tus desplantes, y casi tengo listo un sistema de riego a base de lágrimas de impotencia y lluvias calladas de mayo...

Mmmmm, las margaritas de tus besos... ¿esperarás a que florezcan o a que revienten?


Toma, deshoja...

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El gatuperio exangüe

jueves, 8 de mayo de 2008

Casi sin darme cuenta...

..me acariciaba el levante recordándome a Ibn al-Zaqqāq:
De vuestro lado me robó la muerte, inexorable ley de los humanos. En ella os precedí; pero, a la postre, no tardaremos en hallarnos juntos. Decid, por vida vuestra y por mi sueño: ¿No fue nuestro vivir una delicia? Ore por mí quien por mi tumba pase, y pague a la amistad la fe jurada.

Luego, mientras nos mirábamos a los ojos, devolvimos los cuchillos a sus tahalíes con el beso que precedió al frenesí del deseo.

Y la amistad se dio por pagada porque de la oración surgió un camino hacedero para comunicar con el infierno.

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El gatuperio desde la rauda

martes, 6 de mayo de 2008

No me digas que no te avisé

Cuando en cántaro te diga que lo mismo que tú he sido y que lo mismo que yo serás, apura los días que te quedan: conoce ya los primeros palmos de agua de la orilla, recubre tu cuerpo de arena y alga, broncea tu piel al sol del amanecer y tu mente a la luz de las estrellas; cuenta y persigue las cicatrices de la bóveda.

Hazlo, corre, corre a sacudirte el yugo del tiempo y a ser eterna...

Lo serás en tanto te recuerde. Así pues, disfruta del brillo de mis ojos mientras todavía pueda verte, llegará un momento en que aunque eclipses todo sol por impura serás transparente...

Te prometo beberme todo el vino y no desdeñar ningún lecho de rosas, por mucho que en ellos se acuesten, pérfidas, serpientes de rosca fácil...

Rapidísimos, rapidísimos huyen ahora esos días vocingleros que antes se encallaron, como barcas sin pescador, en las arenas saladas de mi playa...

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El gatuperio khayyam

domingo, 4 de mayo de 2008

Aquí, allí... Allá

Si hay algo que me enfada es ver desde mi orilla otras orillas y no poder llegar a ellas por mis propios medios.

Uno podría creer que sólo me molesta saber que la imposibilidad reside en mí, pero nada más lejos de la realidad, eso está en fase de asunción; lo que molesta es saber que mi mismo mar castiga esas orillas y que no me es dado llegar a ellas, aunque no quiera ni pueda.

Entonces me pregunto de qué me sirve saber sin la oportunidad del poder.

Los ojos que no ven no saben; los ojos que ven y que saben, deben cuidar lo que saben, y si otros ojos ven a su través deben cuidar que lo que ese través pueda hacer saber no sea más que lo que debería saberse en caso de poder ver directamente.

Aunque su formulación pueda ser complicada es muy sencillo: no quiero saber nada de todo aquello con lo que no pueda interactuar, independientemente de si quiero o no; de si mi voluntad es esa o no; de si mi necesidad es esa o no.

Otra manera de decirlo es la que trata de la realidad y su visión: que nadie me pida otra digestión de la realidad que la pueda tener desde aquí. No tengo por qué ir invitado a lugares para luego, ante sólo la mera oportunidad y sin haber optado por nada, tener que volver a un punto medio.

Porque la realidad no es única ni objetiva, y todos la digerimos desde nuestro aquí, que en caso ajeno siempre es allí, incluso allá cuando coinciden dos o más aquí...

No, no quiero que nadie me obligue a ir hasta su aquí para luego, una vez explorado, echarme y no permitirme volver al mío, pretendiendo un mi esfuerzo de digestión en un lugar objetivo que no existe.

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El gatuperio fadado