miércoles, 29 de octubre de 2008

El atraco a Girondo

Este atraco comienza cuando descubro que comulgo con la doctrina que propugna el rebane de los pechos como magnolias. Eso me lleva a pensar que ha llegado el momento de aspirar a escribir algo peor. Entonces abro el cajón del escritorio y lo revuelvo buscando en él a mi mejor crítico. No lo encuentro pese a que los indicios de su presencia son muchísimos. Cierro el cajón, sonrío pensando en que acabará inevitablemente en los brazos de la Venus de Milo.

Mejor, sólo después de deshacerme de todo podré aspirar a mi propia nada. A ello voy.

Tras un rato, me enfado, me levanto y enciendo un cigarrillo. Lo dejaré. Acabo de comprender que tanto querer no plagiar, ni siquiera a mí mismo, tanto querer ser diferente, tanto intentar renovar no me lleva más que a escribir siempre lo mismo.

Escribir... ¿para qué? Yo lo que quiero es que alguien llegue a volar conmigo.

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El gatuperio huyendo en tranvía

viernes, 24 de octubre de 2008

Qahwa

Estoy junto a ti. Es domingo de café con leche y suplemento. Todavía no te has dado cuenta de que te estoy mirando. Pienso que supe tu nombre antes de conocerte, que mentiría si te dijera que en ese momento ya me gustaste, pero también que faltaría a la verdad. Pienso que, en cierta manera, quise el refugio de tu nombre para una parte de mí, pero, igualmente, pienso que para nada te haría daño. Resultas demasiado buena para poderte siquiera imaginarte abrazándome mientras te confieso que te amo desde el principio de los tiempos, cuando todavía el trigo no podía ser pan.

—¿Qué significa que el trigo no podía ser todavía pan?— Preguntas sin levantar los ojos.
—Que se doraba al sol hasta que algún terral lo arrastraba lejos de cualquier lugar.

No me has escuchado. De hecho no prestas atención a lo que te digo, sólo lo haces a lo que pienso.

—Un lugar como este...
—No, un lugar como ese en el que te abrazaba y tú me querías.
—Ese lugar no existe en concreto. Tampoco existe en abstracto, pero, en general, es cualquier lugar en el que nos hallemos.
—No existe porque no puede imaginarse.
—¿Porque soy demasiado buena para que te abrace y tu me susurres tu amor desmenuzadito en cumplidos?
—Sí. Y porque no me quieres.
—Porque no te dejas querer.
—Porque no me quieres.
—Por eso, porque no te dejas querer.
—¿Si me dejara querer me querrías?
—Pues no lo sé, pero al menos podrías quererte tú. Por algo se empieza.

Pasas la página mientras pienso que por eso supe primero tu nombre y luego buceé en tus ojos oscuros.

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El gatuperio lacte

lunes, 20 de octubre de 2008

Quiasma

Persigues algo que no quiero.

Sin descanso, sin tregua, sin la reflexión que merece. Estás ahí a cada instante, condenando a tu sombra mis próximos pasos, no fuera que se te escaparan los pies y pudieras darte de bruces contra tu propia existencia.

Porque el secreto de tu persecución es, precisamente, su disfraz: es una huida. Huyes. Abriste una puerta y traspasaste un umbral, pero no avanzaste más. Allí quedaste, esperando algo, lejos de ir a buscarlo.

Entonces, como es lógico, no pasó nada porque no hiciste nada para que pasara.

A lo mejor te arrepientes de haber llegado donde estés, pero tampoco haces algo para remediarlo.

Y, desde el otro lado de la puerta que prometiste cerrar, en eso estás, en hacerme sombra cuando yo quiero tomar el sol.

—¿Qué sol?
—Cualquiera, incluso el tuyo.

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El gatuperio cuasirrelicto

miércoles, 15 de octubre de 2008

Reconcomios

Te traicionas. Y en sazón no te cuesta nada mirar hacia otro lado, sabedora de que si tus ojos no ven, tu corazón no siente.

Pero... ¿Qué hay de mí? ¿Debe tu corazón exánime rebuscar a la luz de tu ceguera mendaz en mis entrañas destrozadas por la realidad que te niegas?

¿Acaso no merezco al menos que consideres que la pena que te evitas desviando la vista es la que me carcome?

¿Cuando sale el sol te figuras la luna rielando sobre el mar en el que me naufragaste?

Bien sabes que estoy aquí todavía, otra diferente es que lo quieras saber.

Porque aunque el aliento de tus besos provenga de tus engañadas entrañas, me insufla de vida la esperanza de volver a medir tu compañía por eternidades.

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El gatuperio porfiante

viernes, 10 de octubre de 2008

Dianas

Esto no es un blog.

No necesito que me aplauda nadie.

Entre las las razones que me llevan a escribir no se halla la de transmitir a cualquiera mi capacidad de emocionar, entendidos el pronombre y el sustantivo en sus más amplios sentidos.

Por ello el blog existe pero no se manifiesta. No espero comentarios.

Los hay que podrán sacar a Sartre de sus aljabas y asaetearme fieramente con su derecho a completar el círculo de lo literario al leer cualquiera de estos escritos, y no estarán exentos de la razón que asiste al que reclama para sí parte de lo que se ha creado; pero para ello deberán acertar en la diana correcta, y esa diana no estará a tiro hasta que decida entrar en el juego de compartir lo escrito.

Otros, más aseados y pulcros, fifirichemente querrán iniciar la lapidación del que adultera el lenguaje y rompe los matrimonios entre significado y significante que la Academia establece, olvidando que aquí no se somete a juicio lo escrito, otramente sería diana, sino que simplemente se suelta para que ahí quede.

En todo caso, lee quien quiere leer y a ello dispuesto está, y ulteriores motivaciones no corresponden a lo que desde aquí y con estas letras se propone; por tanto, renuncio a sus responsabilidades.

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El gatuperio vulgar

domingo, 5 de octubre de 2008

Proquercus

Aquí, justo ahora, en este momento, debería haber una fuente de agua perezosa y queda, movida por esta noria que empujo desde hace ya tanto. Una fuente de luz a la sombra de encinas y robles, en cuyas ramas se posarían pájaros de canto claro y sereno que de tanto en tanto beberían de ella.

Y lo que hay es un ciprés raquítico que guarda un abrevadero de alimañas que, para colmo, ya vienen saciadas, ahítas de la tranquilidad de saber que mis zarpazos serán como las caricias de una madre a sus retoños.

Y la noria ya no es noria porque sus cangilones no dejan de verter en el pilón la hiel que me fluye y exuda de mi cuerpo cada vez que le aprieto una vuelta a la tuerca del tornillo de mi desesperación.

Contra más fuente, más alimañas.

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El gatuperio que, mejor, olvida