En toda relación hay preguntas que hacer. Y palabras prohibidas para responder esas preguntas, ya sea bien o mal. Son preguntas que uno debe responderse a sí mismo antes de hacerlas al otro si no quiere que el otro le responda con una verdad que luego sea engaño. Este es un proceso que la edad ajusta, de tal forma que prohibe unas palabras y prepara otras, incluso las pule, para que tengan la medida exacta de lo que quiere decirse, en el momento y la forma en que sea preciso. Todo ello conforma un mecanismo que la experiencia lubrica, para que todo sea como debe ser hasta que deje de ser.
—¿Y mientras?
—Entonces seguirá siendo.
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El gatuperio impetuoso