viernes, 13 de junio de 2008

Tragedia en dos actos


Acto uno.
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Siempre es igual.

Antes del telón debe oirse una música tensa, pero no tanto como para preocupar. Poco a poco el telón subirá y la luz seguirá iluminando los mismos objetos de siempre: un armario semiabierto, una cama incómoda, deshecha si es posible, una mesita de noche y una silla de asiento raído. Al fondo, una puerta cerrada con llave.

Salga quien salga, llevará una maleta, da igual si es nueva o vieja, con ruedas o sin ellas, en todo caso, estará vacía. Tras abrirla sobre la cama, irá haciéndola, pero no para un viaje largo, para uno corto. Así, deberá ir componiendo mudas, en un número impar, y algo de abrigo, pero ligero y socorrido. Meterá en la maleta también un recambio de zapatos, gastados, un neceser con lo mínimo: cepillo de dientes, pasta, gel, champú y un peine (si es una señora, que piense en sus días); también han de caber un pijama y una toalla.

Al rato, antes de cerrar la maleta, mientras coloca las cosas, vale empezar a llorar. Es aceptado un sollozo quedo al principio, pero poco a poco ha de ir subiendo. No es necesario derrochar lágrimas ni compadecerse, es más, ni tan sólo es recomendable.

Cuando la maleta esté lista hay que hacer la cama, cerrar el armario y ordenar la habitación, aunque sea moviendo un milímetro cada cosa. Nos sentamos en la silla un momento, contemplamos largamente la escena, tristes y resignados. En este momento vale tocar el suelo con las puntas de los pies. En el último suspiro nos levantamos, cogemos la maleta, abrimos la puerta y nos vamos. Antes de cerrar, sacamos la cabeza, y lo volvemos a contemplar todo como si quisiéramos que fuera la última vez, convenciéndonos de una verdad tan falsa como irreal. Tiramos de la mentira para cerrar con dos vueltas.

Adiós.


Acto dos.
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Telón, luces. Pasan un par de minutos, los necesarios para apagar y encender las luces de la platea un par de veces, pero no de golpe, poco a poco.

Quien se fue, vuelve. Coloca la maleta sobre la cama. La deshace con mimo, colocando cada cosa en su sitio. Lo hará a un ritmo pausado pero inexorable. Mientras va acabando, vuelve a llorar. Lo hace porque se da cuenta de la mentira en la que vive: por mucho que huya, no podrá.


Fin

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No es posible huir de uno mismo.

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El gatuperio histrión

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