Una tarde de junio. El sol cae a plomo a través de los cristales de la sala. El aire acondicionado está a todo meter. Todos esperan sentados ante un monitor que va devorando turnos: primero suena un timbre y sale un número, luego otro timbre y la mesa correspondiente. La sala se ha ido llenando de esperadores, todos han ido recibiendo su número así como han llegado.
Yo tengo el sesenta y cuatro; y van por el quince. Un chico flaco, encamisado, se revuelve en su asiento. Está harto de esperar. Cuenta con los dedos de la mano cuántos le quedan para que le toque. Una señora mayor lleva puesta un rato en modo esfinge: sólo mueve los ojos, pero no se le escapa nada. Leo a trompicones contando mentalmente los timbres que me quedan: cuarenta y nueve, una página de libro, cuarenta y ocho, una página de libro, cuarenta y siete...
De repente un señor mayor se levanta asqueado y se va. Al pasar junto a mí deja que, como quien no quiere la cosa, el papelito con su turno se le caiga al suelo... Mientras pienso en lo guarro que es, que no tiene ni espera para tirar el papel a la papelera, veo que es el número veintitrés.
Cuarenta y seis, el papel es el veintitrés, cuarenta y cinco, si lo cojo me saltaré media cola, cuarenta y cuatro, a lo mejor no se ha dado cuenta nadie, cuarenta y tres, levanto la vista y la esfinge me está mirando fíjamente, cuarenta y dos, nos damos cuenta de que estamos pensando en lo mismo... cuarenta y uno, el monitor marca el veintitrés y luego la tercera mesa...
Veo a cámara lenta como la mujer se levanta, recoge el número y se dirige hacia allí. Y luego me han pasado todavía más lentos los turnos y sólo he podido pensar en la hache del título.
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El gatuperio deheneí
Yo tengo el sesenta y cuatro; y van por el quince. Un chico flaco, encamisado, se revuelve en su asiento. Está harto de esperar. Cuenta con los dedos de la mano cuántos le quedan para que le toque. Una señora mayor lleva puesta un rato en modo esfinge: sólo mueve los ojos, pero no se le escapa nada. Leo a trompicones contando mentalmente los timbres que me quedan: cuarenta y nueve, una página de libro, cuarenta y ocho, una página de libro, cuarenta y siete...
De repente un señor mayor se levanta asqueado y se va. Al pasar junto a mí deja que, como quien no quiere la cosa, el papelito con su turno se le caiga al suelo... Mientras pienso en lo guarro que es, que no tiene ni espera para tirar el papel a la papelera, veo que es el número veintitrés.
Cuarenta y seis, el papel es el veintitrés, cuarenta y cinco, si lo cojo me saltaré media cola, cuarenta y cuatro, a lo mejor no se ha dado cuenta nadie, cuarenta y tres, levanto la vista y la esfinge me está mirando fíjamente, cuarenta y dos, nos damos cuenta de que estamos pensando en lo mismo... cuarenta y uno, el monitor marca el veintitrés y luego la tercera mesa...
Veo a cámara lenta como la mujer se levanta, recoge el número y se dirige hacia allí. Y luego me han pasado todavía más lentos los turnos y sólo he podido pensar en la hache del título.
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El gatuperio deheneí