viernes, 27 de junio de 2008

Deheneí

Una tarde de junio. El sol cae a plomo a través de los cristales de la sala. El aire acondicionado está a todo meter. Todos esperan sentados ante un monitor que va devorando turnos: primero suena un timbre y sale un número, luego otro timbre y la mesa correspondiente. La sala se ha ido llenando de esperadores, todos han ido recibiendo su número así como han llegado.

Yo tengo el sesenta y cuatro; y van por el quince. Un chico flaco, encamisado, se revuelve en su asiento. Está harto de esperar. Cuenta con los dedos de la mano cuántos le quedan para que le toque. Una señora mayor lleva puesta un rato en modo esfinge: sólo mueve los ojos, pero no se le escapa nada. Leo a trompicones contando mentalmente los timbres que me quedan: cuarenta y nueve, una página de libro, cuarenta y ocho, una página de libro, cuarenta y siete...

De repente un señor mayor se levanta asqueado y se va. Al pasar junto a mí deja que, como quien no quiere la cosa, el papelito con su turno se le caiga al suelo... Mientras pienso en lo guarro que es, que no tiene ni espera para tirar el papel a la papelera, veo que es el número veintitrés.

Cuarenta y seis, el papel es el veintitrés, cuarenta y cinco, si lo cojo me saltaré media cola, cuarenta y cuatro, a lo mejor no se ha dado cuenta nadie, cuarenta y tres, levanto la vista y la esfinge me está mirando fíjamente, cuarenta y dos, nos damos cuenta de que estamos pensando en lo mismo... cuarenta y uno, el monitor marca el veintitrés y luego la tercera mesa...

Veo a cámara lenta como la mujer se levanta, recoge el número y se dirige hacia allí. Y luego me han pasado todavía más lentos los turnos y sólo he podido pensar en la hache del título.

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El gatuperio deheneí

miércoles, 25 de junio de 2008

Prohibido

En estos textos no hay ninguna señal de prohibido, pero la recuerdo y la tengo presente porque a veces a uno no le queda otra que obedecerla y no adentrarse en según qué veredas.


Y así como confieso que alguna que otra vez escribiría contra dirección, confieso también que, las más, eso ha implicado no haber escrito nada.

En estas que me planteo si a la hora de leer, quienes me leen van contra dirección o no, si lo que he escrito se ha entendido como yo he querido decirlo; aunque realmente, eso ya no esté en mi mano, porque una vez leído ya no es mío.

Mario le recuerda a Pablo aquello de «la poesía no es de quién la escribe, sino de quien la necesita», y yo me pregunto quién decide quién está necesitado, y si de los que aquí leen hay alguno.

En todo caso, me alegra que alguien pueda seguir el camino de mi letra tomando caminos que yo mismo me he prohibido. Entonces, no lo están tanto....

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El gatuperio hibido

viernes, 13 de junio de 2008

Tragedia en dos actos


Acto uno.
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Siempre es igual.

Antes del telón debe oirse una música tensa, pero no tanto como para preocupar. Poco a poco el telón subirá y la luz seguirá iluminando los mismos objetos de siempre: un armario semiabierto, una cama incómoda, deshecha si es posible, una mesita de noche y una silla de asiento raído. Al fondo, una puerta cerrada con llave.

Salga quien salga, llevará una maleta, da igual si es nueva o vieja, con ruedas o sin ellas, en todo caso, estará vacía. Tras abrirla sobre la cama, irá haciéndola, pero no para un viaje largo, para uno corto. Así, deberá ir componiendo mudas, en un número impar, y algo de abrigo, pero ligero y socorrido. Meterá en la maleta también un recambio de zapatos, gastados, un neceser con lo mínimo: cepillo de dientes, pasta, gel, champú y un peine (si es una señora, que piense en sus días); también han de caber un pijama y una toalla.

Al rato, antes de cerrar la maleta, mientras coloca las cosas, vale empezar a llorar. Es aceptado un sollozo quedo al principio, pero poco a poco ha de ir subiendo. No es necesario derrochar lágrimas ni compadecerse, es más, ni tan sólo es recomendable.

Cuando la maleta esté lista hay que hacer la cama, cerrar el armario y ordenar la habitación, aunque sea moviendo un milímetro cada cosa. Nos sentamos en la silla un momento, contemplamos largamente la escena, tristes y resignados. En este momento vale tocar el suelo con las puntas de los pies. En el último suspiro nos levantamos, cogemos la maleta, abrimos la puerta y nos vamos. Antes de cerrar, sacamos la cabeza, y lo volvemos a contemplar todo como si quisiéramos que fuera la última vez, convenciéndonos de una verdad tan falsa como irreal. Tiramos de la mentira para cerrar con dos vueltas.

Adiós.


Acto dos.
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Telón, luces. Pasan un par de minutos, los necesarios para apagar y encender las luces de la platea un par de veces, pero no de golpe, poco a poco.

Quien se fue, vuelve. Coloca la maleta sobre la cama. La deshace con mimo, colocando cada cosa en su sitio. Lo hará a un ritmo pausado pero inexorable. Mientras va acabando, vuelve a llorar. Lo hace porque se da cuenta de la mentira en la que vive: por mucho que huya, no podrá.


Fin

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No es posible huir de uno mismo.

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El gatuperio histrión

jueves, 5 de junio de 2008

El puente sobre el canal

Nuevo canal interoceánico

Tras embeberse de los canales interoceánicos de Benedetti, en su infinita estupidez, este gatuperio todavía cree que es posible un puente que una cada una de las orillas que el mar separa. Está convencido de que será posible cruzarlo en una sola jornada de camino, sin cambio de condición atmosférica ni merma de posibilidades. Iluso, prepara en la suya los cimientos de su extremo, y forja de maravedíes de los buenos una cancela para poder recibir en ella visitas que nunca le visitarán y despedirlas como merecieren...

Y, alarife en sus cinco sentidos, entre golpe y golpe recita aquello de «mi táctica es hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible...» pero olvida lo otro de «propios y ajenos vienen en mi ayuda, preguntan las preguntas que uno sueña, cruzo silbando por el santo y seña y el puente de la duda, me fui menos mortal de lo que vengo» porque al final lo que sucede es que «ayer pasó el pasado por el puente y se llevó tu libertad cautiva»...

Empezamos con canales y acabamos con puentes, mal andamos gatuperio, tú tampoco visitarás a nadie si no decides qué camino seguir... Aunque los puentes, sean «para cruzar o no cruzar, ahí están».

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Más...
Táctica y estrategia
Quiero creer que estoy volviendo
Ayer
No te salves
El puente

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El gatuperio mariano

miércoles, 4 de junio de 2008

Tres diálogos

Uno.

Le dije que al pasar un tiempo las cosas cambiarían, y que por mucho que quisiera, eso sería así.

No me creyó y me enseñó un puñado de guijarros, luego los tiró hacia arriba y mudos escuchamos como iban cayendo al agua.

—¿Acaso esta orilla no lleva mojada mil años? ¿Acaso el cielo se ha desplomado alguna vez? ¿Acaso el río canta en otras lenguas?

En su gesto rezumó la hiel de la Inquisición y en sus ojos brilló el infierno.

—El teatro puede ser siempre el mismo, pero las funciones, aunque sean de una misma obra, siempre son diferentes... Y el espectador, con el paso del tiempo, se harta de ver siempre como al final otros triunfan y le toca a él sobrevivir con las migajas del destino...

Le volví a decir que las cosas cambiarían, pero esta vez, convencido por mi propio discurso, pasé del condicional al futuro, así de simple...

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Dos.

—¡Cómo araño esos días en los que el amanecer tiraba del telón de tus párpados para inundar de la luz de tu sonrisa mi despertar!
—«Añoro», no «araño»...
—No, «araño», «araño»... Es tan bonito ese recuerdo que prefiero desgarrármelo a llegar a olvidarlo.
—No tienes por qué olvidarlo, simplemente piensa en él de cuando en cuando.
—¿Qué? Ya lo hago por condena, no lo voy a hacer, además, por gusto.
—Entonces, ¿cómo puedes pensar que vas a llegar a olvidarlo?
—Porque de tanto usarlo lo gastaré, y sus dobleces se acentuarán, donde hubo risas habrá sarcasmos, donde verdades, hipocresía, donde besos, mordiscos y donde caricias, arañazos. No quiero que supuren los zarpazos del destino. Por eso, por eso lo araño, porque no quiero que el tiempo que te tomas en decidirme te destruya también...

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Tres.

—Este silencio no muere ni cuando hablo.
—Será porque hablas contigo mismo.
—Será. Pero fíjate en que me respondes.
—Será porque te respondes a ti mismo.
—Pero... ¿quién eres?
—Pregúntate mejor quién soy.
—Eso ya lo sé, quiero que me lo digas tú...
—Yo te diré lo que quieras oír, no lo que no quieras oír.

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El gatuperio trino