Fiera atalayada, lo que corroe al gatuperio no es una herida o una llaga, ni siquiera es una estría. No será cicatriz, por supuesto, pero empieza a ser otro camino espirado que nadie querrá recorrer tras descubrirlo entre las sábanas.
Fiera que no sabe qué acecha pese a acechar satisfecha, con su presa caliente todavía. Desencadenada y sin collar, no acaba de escapar ni de irse lejos.
—¿Lejos de qué?
—Lejos de sí.
Habrá que volver a sembrar baobabs...
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El gatuperio renuente
jueves, 20 de marzo de 2014
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