Ya no llueve. Camino hacia casa procurando esquivar los charcos iluminados y metiéndome en los oscuros. Me atraen. Quiero nadar en ellos, quiero creer que no podré chapotear porque me hundiré, quiero creer que la sirena que busqué está allí dentro... Y nada. La siguiente farola rompe el hechizo de la penumbra, el charco que obvié pierde su brillo sucio al compás de los neumáticos sobre el asfalto y el platillo salpicón del agua; la misma marcha que suena para que otros titilen.
Bajo unos balcones descubro huellas en la acera seca. Llevan a donde voy, vienen de donde vengo...
—¿Y eso dónde queda?
—Donde soy lo que no era, donde fui lo que no soy...
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El gatuperio trasnochado
Bajo unos balcones descubro huellas en la acera seca. Llevan a donde voy, vienen de donde vengo...
—¿Y eso dónde queda?
—Donde soy lo que no era, donde fui lo que no soy...
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El gatuperio trasnochado
¡Qué suerte que ya no llueve! ¡Y qué suerte que sabes a dónde vas! Yo sigo en el fondo de un charco donde no llega ni la luz de las farolas ni la de la luna. Donde nadie se atreve a chapotear. Ni tan solo yo. No sea que me hunda más.
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