Recorrer un camino por el propio placer de recorrerlo implica una desatención mínima a su final. Disfrutar de cada paso, de la contemplación de lo inmediatamente restante, del repaso de lo superado, necesariamente conlleva una merma en la consideración de la meta; en algunos casos, incluso su negación. Directamente proporcional a esta concepción es la capacidad de abstracción en relación a la meta.
—¡Cómo te lías! Se nota que has llegado al final de un camino que no tiene final.
—Si estoy en el final es porque tiene final...
—Pero no el que tú querías. A los efectos es lo mismo...
—Entonces, daré media vuelta y seguiré avanzando.
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El gatuperio valeroso
—¡Cómo te lías! Se nota que has llegado al final de un camino que no tiene final.
—Si estoy en el final es porque tiene final...
—Pero no el que tú querías. A los efectos es lo mismo...
—Entonces, daré media vuelta y seguiré avanzando.
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El gatuperio valeroso