martes, 17 de febrero de 2009

al-kuhl

Alcohol en vena. Así, sin más. Una bajada al infierno del deseo: querías más y no podías parar. Más, y más y más y más...

La resaca se presenta brutal a su cita con el recuerdo. Te duele el hígado. Te duele muchísimo el hígado mientras descubres que en tu cuello algunas venas surcan los bajos fondos de tu garganta y que tu corazón se está empeñando en no dejar de acelerar jamás.

Te vas de la cama al sofá. Por el camino te emperras en palpar las paredes del pasillo; no, no te vas a caer, simplemente compruebas que siguen allí. El frío sofá te alivia unos segundos. Te bastan para jurarte que no vas a beber nunca más, ni siquiera agua, mientras tu moribundez empieza a remitir.

Entonces recuerdas todo aquello que no debiste decir.

Al rato todo se conjunta en una arcada de bellísima factura. Ha sido de digna admiración, mesurada en tempo y templada en ejecución. Es justo reconocer que el caudal podría haber sido más, pero ciertamente los tropezones tenían el tamaño preciso para no impedirlo y dar al conjunto del regúrgito la uniformidad necesaria para el ceremonial...

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El gatuperio alifático

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