Cuando el alba ya amarillea, y la luz se rehace con sus dominios, el cazador ya ha de estar despierto y el trigal no debe esconder más que movimientos sucintos. Cualquier despiste puede echar a perder los sueños de la noche anterior.
Vigilante, asaz escopetón, el cazador debe estar dispuesto a cobrarse cualquier ofensa.
Un conejo, un topo o un ratón... Incluso el gazapo que nadie más ha visto y que lejano saltará imberbe de futuro.
Pero sólo si el cazador quiere cazar cazará.
Lo demás son hallazgos, de más o menos valor.
Buscar cuesta lo que no cuesta encontrar y pide una vuelta satisfactoria...
No tengo ganas de ir volviendo con las manos vacías, pero tampoco quiero encontrar lo que espera serme encontrado.
A veces, un pronombre puede atar de pies y manos...
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El gatuperio en el alba...