Sí, no me niego, tengo un antojo. Y no es porque haya olvidado tus caminos de manzana o se me hayan agriado los labios sin el sabor de tus besos.
No, todavía puedo recorrer con los ojos cerrados el camino que va de tu azúcar a tu miel...
No, todavía puedo recorrer con los ojos cerrados el camino que va de tu azúcar a tu miel...
A lo mejor, si no hubiéramos ido más allá del sentido común, ahora no enfilaríamos la paranoia.
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El gatuperio embarazoso