Me perdería la arrogancia si dijera que esperaba tus visitas. Bueno, tal vez más la segunda que la tercera, y siempre estas dos más que la primera. De todas formas, es totalmente falso que esas secretas esperanzas fueran auténticas esperas.
Tú ya me conoces de sobras y sabes que escribo así lo que siento asá.
Ha pasado poco más de un año y el tiempo te ha dado la razón: no soy de fiar ni de confiar. Ese camino que en su momento tomaste a mí me iba a llevar a ninguna parte, y es de justicia reconocerte que aunque pudiera parecer que la luz del sentido común no lo iluminaba demasiado, sí lo iluminó lo suficiente.
Al final, tanto fotografiarte puestas de sol fue el refugio de las ansias de amanecer; tal vez por eso lo que desde esta lejanía es mi ocaso, desde allí donde tú estés es tu despertar.
A todo esto, recuerdo con un punto de melancolía cómo el principio coincidió con la muerte de Umbral y cómo, pese a lo mucho que ha llovido y los muchos charcos en los que me he ido metiendo, sigo siendo tan vanilocuente como él sublime.
Puedo esforzarme en decir mucho porque sé que al final no habré dicho nada. Tal vez ni mereceré una tira de Mafalda por respuesta.
Y sabes que no me dará igual porque sabes que cualquier cosa que hagas será interpretada como respuesta. En sazón, lo más que me va a suceder es que no contestes, entonces ya sabré que no quieres saber nada; y eso es precisamente lo que más me va a doler: constatar como tu necesidad de aprender no pasa bajo el puente de mi estupidez.
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El gatuperio bimembre