Es fuente de reparo; su propia concepción disuade y aleja. Tal es el respeto que infunde que su propio nombre no es propio, es un meandro que nos permite esquivarlo lo suficiente para indicarlo de forma inequívoca e inarriesgada. Puede ser que sepamos dónde empieza, pero es ilimitado. Tal vez podríamos medir lo inmenso, calcular lo incalculable, reducir a número lo innumerable o, lo que es todo ello, determinar lo indeterminable; pero nos agotaríamos, y él, no; pereceríamos, y él, no; moriríamos, y él, no... Y seguiríamos persiguiéndolo sin término, y mejor, porque no es dado destruirlo...
Ojalá fuera pereza y pudiera contarse, y que su maravilla no nos impidiera llegarle directos al propio centro, ese lugar que no es lugar y que, cobardes, sólo afirmamos de adverso...
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El gatuperio apeirofóbico